Si alguna vez has sentido que vives en guerra con tu cuerpo, especialmente si has lidiado con el sobrepeso, quiero que sepas algo importante: no estás sola. No estás solo. Lo que pesa en tu cuerpo… también pesa en tu alma.
Muchas veces creemos que el problema es el cuerpo. Lo juzgamos, lo culpamos, lo empujamos al límite con dietas estrictas, ejercicio forzado y autoexigencia. Pero, ¿y si el cuerpo no es el enemigo? ¿Y si en realidad está intentando protegerte, sostenerte, darte un mensaje?
Mi historia personal empieza ahí: con una niña que se tragaba las lágrimas y que, en el silencio de la noche, se refugiaba en la comida. Esa niña era yo. Y sin saberlo, cada bocado era una caricia que no llegaba, un abrazo que faltaba, un intento desesperado por calmar una ansiedad que no entendía pero que me habitaba desde pequeña.
El refrigerador se convirtió en mi escondite emocional. Y ese alivio momentáneo tenía un precio: el sobrepeso. Pero más que eso, me dejó una herida profunda con mi cuerpo, una desconexión brutal con mi imagen, y una lucha interna constante que se convirtió en rutina.
¿Qué hay realmente detrás del sobrepeso?
El sobrepeso no es sólo una cuestión de calorías. Es un síntoma. Un lenguaje. Una historia que el cuerpo intenta contar cuando las palabras no alcanzan.
A través de mi proceso de autoconocimiento y trabajo interior, descubrí que lo que me empujaba a comer no era el hambre física… era el vacío emocional. Y ese vacío venía cargado de memorias: de abandono, de soledad, de no sentirme vista, de no sentirme suficiente.
¿Te suena familiar?
Aquí te comparto algunas emociones que descubrí asociadas al sobrepeso. Quizás tú también te reconozcas en ellas:
- Memorias de abandono: reales o simbólicas. No hace falta haber sido huérfana; a veces basta con haberte sentido sola en medio de una familia.
- Falta de alimento afectivo: carencias de caricias, palabras de amor, validación emocional.
- Necesidad de protección: la grasa actúa como un escudo. Nos volvemos grandes para protegernos del dolor o del entorno.
- Ambientes fríos o distantes emocionalmente: la grasa da calor cuando nos ha faltado el calor humano.
- Herencias emocionales: memorias de escasez, de hambruna o pobreza, incluso de generaciones pasadas.
- Conflictos con la autoimagen: cuando el espejo se convierte en enemigo, necesitamos azúcar, porque el rechazo baja nuestros niveles de energía.
- Resistencia al cambio o al crecimiento: miedo a dejar atrás etapas de vida, miedo a crecer, a ser vista, a ocupar un lugar.
- Ambientes tóxicos: externos e internos. Vivir en lucha constante con nuestro cuerpo genera más toxicidad emocional.
Y detrás de todas estas emociones, hay dos fuerzas biológicas que lo mueven todo: el miedo y el asco. Cuando no los sabemos gestionar, se convierten en tristeza crónica. Y esa tristeza, en ansiedad. Y la ansiedad, en comida.
¿Por qué no funcionan las dietas?
Porque atacan el síntoma, pero no la causa. Porque nadie nos enseñó que, bajo estrés, el cuerpo no suelta grasa: la acumula. Nadie nos dijo que comer poco, saltarse comidas o hacer ejercicio extremo no es igual a adelgazar. De hecho, puede ser lo contrario: el cuerpo entra en modo supervivencia, guarda energía y reduce su metabolismo.
El problema no es la comida. El problema es la desconexión con nosotros mismos.
La trampa emocional del hambre
Muchas veces comemos para callar el dolor, para silenciar emociones que no sabemos nombrar. Pero ese alivio es momentáneo. El vacío sigue allí.
Y cuando vivimos en esa lógica binaria —todo o nada, flaca o gorda, éxito o fracaso—, nos movemos entre extremos: atracones emocionales seguidos de dietas extremas. Como un péndulo que nunca se detiene.
Pero sanar no es forzar. Sanar es comprender. Integrar. Y empezar a preguntarte:
- ¿Qué parte de mí se siente sola, aunque esté rodeada de gente?
- ¿Qué vacío quiero llenar cuando no puedo dejar de comer?
- ¿Qué necesidad emocional estoy intentando satisfacer con un plato de comida?
- ¿Qué emociones no me permito sentir?
El primer paso: volver al origen
Sanar el sobrepeso emocional requiere volver a tus raíces. Comprender tu historia. Observar con compasión a esa niña o ese niño que fuiste, que hizo lo mejor que pudo con lo que tenía.
Desde el coaching neurobiológico sabemos que no basta con cambiar hábitos: hay que transformar creencias, desbloquear emociones atrapadas y comprender cómo tu biología, tu mente y tu entorno han moldeado tu realidad actual.
Tu cuerpo no está roto. No necesita ser castigado. Necesita ser escuchado.
¿Qué puedes hacer hoy?
- Escribe: Haz una lista de los vacíos que has identificado en tu vida. ¿Qué emociones has estado ignorando?
- Pregúntate: ¿Qué beneficios ocultos te da seguir en esta relación conflictiva con la comida?
- Acepta: Que tu cuerpo sólo está expresando lo que no ha podido decir tu alma.
- Reconoce: Que el equilibrio interior siempre se refleja en tu exterior.
- Actúa: No desde el castigo, sino desde la compasión.
El sobrepeso emocional es una forma de compensar la vulnerabilidad que sentimos por dentro. Es una coraza, un grito silenciado, una historia no contada.
Pero hoy puedes empezar a escribir un capítulo diferente.
Uno donde el cuerpo y el alma no estén en guerra, sino en alianza.
Uno donde tu transformación no empiece por la dieta… sino por la consciencia.